(Esto es un resumen del libro «Historia del cine» de Román Gubern)
Thomas Harper Ince (1882-1924) vino al mundo en el seno de una familia de actores y siguió a su vez la profesión de sus padres, si bien ocasionalmente se vio obligado a trabajar como mozo de café.
Autodidacta, alardeaba de no haber leído jamás en su vida un libro, realizó o supervisó centenares de películas (westerns en su mayoría) y fue quien prestigió y difundió por todo el mundo este género genuinamente americano.
Murió en unas circunstancias un tanto extrañas, circuló la versión, jamás desmentida, de que Ince murió a causa de los disparos del millonario y magnate de la prensa William Randolph Hearst, al sorprenderle una noche, en la cubierta de su yate, en apretada compañía de la estrella Marion Davies, amante oficial de Hearst.
Ince comenzó a trabajar en el cine como figurante, hasta que en 1911 Laemmle le dio las primeras oportunidades para dirigir.
Pero su colaboración fue breve, debido a discrepancias artísticas.
Fue a entrevistarse con los productores Kessel y Bauman, que confiaron a Ince la dirección de una de sus productoras, la Bison, situada en Los Ángeles y especializada en westerns.
Allí Ince contrató al circo Ranch, que invernaba junto al cañón de Santa Mónica, y utilizó a sus artistas (cowboys de verdad, tiradores de rifle, domadores de potros, lanzadores de lazo e indios auténticos) en sus películas.
La primera realización importante de Ince fue Across the Plains(1911), sobre la avalancha humana que en 1848 invadió California, a causa de la “fiebre del oro”.
La tradición del western, como género cinematográfico, era breve.
Edwin S. Porter, Broncho Billy y Francis Boggs (que dirigió a Tom Mix) habían creado los patrones fundamentales, de acuerdo con los esquemas morales de la América virtuosa, puritana y antiindia de los pioneros.
En estas películas, que se nutrían de la mitología creada por la conquista y colonización del Oeste, la acción dominaba sobre la psicología y los paisajes naturales sobre el decorado.
La epopeya del Oeste constituye la historia de un país sin historia.
Deliberadamente amputada de una parte esencial (la de los pieles rojas, con su cultura, sus gestas heroicas y sus bellas leyendas), la biografía del Oeste americano comienza para los blancos con:
- la expansión de los colonos a lo largo de Ohio
- prosigue con el transporte de ganado,
- la fiebre del oro,
- la construcción del ferrocarril,
- la guerra contra los indios,
- las luchas entre ganaderos y agricultores
- y tantas otras gestas que los libros de Zane Grey y las películas de Hollywood, explicando las cosas a su manera, han contribuido a divulgar.
Porque la filosofía del western hace buenas migas con la sentencia del general Sheridan: “El único indio bueno es el indio muerto”.
(Gubern: “Los únicos indios amigos son los indios muertos”)
Nada nos dicen de la aniquilación masiva de bisontes, fuente alimenticia de los pieles rojas, de los que Buffalo Bill, haciendo honor a su nombre, mató cinco mil en diecisiete meses.
Ni tampoco nos hablan los westerns de la matanza de cheyenes desarmados a cargo de las tropas del general Custer, porque el western es la epopeya del pueblo invasor y vencedor, que sólo tiene memoria para sus glorias y que ensalza a sus héroes hasta convertirlos en mitos.
Y aquí, por cierto, los mitos no son tan lejanos e increíbles como Prometeo, Hércules o Aquiles, sino que tienen nombre y apellido y una partida de nacimiento bien próxima.
Sus nombres son ya leyenda viva a través de sus hazañas hechas celuloide:
- Buffalo Bill,
- Davy Crockett,
- Jesse James,
- Billy el Niño,
- Wild Bill Hickok,
- Calamity Jane,
- Doc Holliday,
- Pat Garrett…
La epopeya del Oeste fue, por antonomasia, la gran epopeya blanca del siglo XIX y se hallaba demasiado próxima (cronológica y geográficamente) para que los pioneros del cine americano la dejasen escapar como tema cinematográfico.
Hombres toscos y satisfechos de su pasado histórico, vertieron en la pantalla los ecos de la gran aventura con ese toque de ingenuidad que otorga precisamente su grandeza a la épica de los pueblos primitivos.
Para competir con Tom Mix y Broncho Billy (primeros “caballistas” universales de la pantalla), Ince lanzó en 1913 a Río Jim, “el hombre de los ojos claros”, encarnado por el actor William Shakespeare Hart, titán de la pradera y desfacedor de entuertos, que se imponía al público con su sola presencia física: sus ojos claros y penetrantes, su perfil rígido y su expresión melancólica e impávida a la vez, ejercían un poder magnético sobre las muchedumbres.
Su presencia en la pantalla bastaba para echar por tierra todas las convenciones y artificiosidad del relato cinematográfico.
Como un Homero de los nuevos tiempos, Ince llevó de la mano a Río Jim, cabalgando sobre su fiel Pinto, por desfiladeros y praderas, entre acechanzas y emboscadas y tal vez sin darse cuenta de que estaba introduciendo en el cine algo muy importante: la naturaleza como decorado insustituible, los escenarios de California en todo su agreste esplendor, y el hombre, el vaquero, fundiéndose en ellos en cabalgadas y persecuciones sin cuento.
Las cintas de Río Jim constituyeron una auténtica revelación, no ya para el público americano, sino para la culta Europa, en donde los anchos horizontes y las polvorientas cabalgadas causaron una auténtica conmoción.
Y la figura primaria de Río Jim prendió con fuerza incontenible en los públicos europeos, demostrando ya la tremenda capacidad del cine como creador de mitos.
El westernnacía como epopeya visual, como acción pura, porque Ince, que es un intuitivo, ha comprendido que el cine es, ante todo, movimiento y acción.
El esplendor de este nuevo cine, con sus caravanas, persecuciones, tiroteos y ataques indios, se manifiesta sobre todo en los planos generales (long shots), que permiten valorar unos decorados que ningún carpintero ni arquitecto del mundo serán capaces de construir.
Por lo demás, la temática del westernse moverá en adelante en el área de un círculo cerrado:
- el bueno,
- el villano,
- el sheriff,
- la chica,
- la prostituta de buen corazón (el western es cine de hombres y raramente hay en él mujeres malas),
- el juez (todos tipos de una sola pieza)
- el rancho,
- la estampida,
- el saloon,
- el duelo a tiros en la calle mayor…
Ince representa la época heroica del western, cuando él dirigía o supervisaba, convertido en auténtico producer, las películas que se rodaban en los terrenos de Inceville.
Su supervisión se ejercía muy estrechamente a través del control de un guion muy rígido, escrito por Gardner Sullivan, ex periodista que fue durante años el brazo derecho de Thomas Ince.
Ésta es otra novedad capital; por estos mismos años Griffith y Feuillade rodaban prácticamente sin guion, improvisando sobre un argumento aceptado y condensado en un par de cuartillas.
Hay que señalar que la práctica del “guion técnico” no se generalizó hasta los primeros años del cine sonoro, si bien algunos cineastas, como Fritz Lang y F. W. Murnau, llevaron su precisión (a partir de 1922) hasta dibujar cada plano de sus películas antes del rodaje.
Ince exigía de sus directores asalariados un respeto minucioso del guion previsto, lo que le permitía otorgar su estilo a películas no dirigidas por él.
Ince era además un montador excelente.
Se le llamaba “doctor de films enfermos” porque con las tijeras era capaz de dar nueva vida e interés a cualquier mala película.
El montaje le apasionaba hasta el punto que pasaba más tiempo en su sala de proyección que en los estudios de rodaje.
Ince descubrió a otros actores, como
– Frank Borzage (que no tardaría en destacar como director),
– Charles Ray, que se reveló en The Coward(1916),
– el japonés Sessue Hayakawa, que protagonizó El huracán(1914), dirigida por el propio Ince, en donde hacía coincidir (según fórmula puesta en circulación por el cine danés) la culminación dramática con una gran catástrofe.
Utilizó también este procedimiento en La cólera de los dioses(1914) sobre los amores prohibidos entre un oficial americano y la hija de un samurái, que finalmente suscitan la cólera del volcán…
Mientras los cañones tronaban en Europa en “la guerra que acabaría con todas las guerras”, Ince puso su talento al servicio del idealismo wilsoniano y de su campaña electoral, con las consignas de pacifismo y neutralismo, con una obra tan ingenua como ambiciosa: La cruz de la humanidad(1915).
La película, que desplegaba un inmenso esfuerzo material para cantar las excelencias de la paz, sufrió alteraciones al ser presentada en los países europeos, en pie de guerra.
Con sus ejércitos de figurantes, bombardeos de aviación y navíos hundidos abrió la senda a otras cintas más modestas, pero que apuntaban hacia idénticos objetivos pacifistas, alentados por la administración Wilson.
El camino era peligroso porque podía herir la susceptibilidad de algunos combatientes europeos, en pleno furor bélico.
El límite de seguridad se rompió con motivo del serial Patria(1916), de George Fitzmaurice, que motivó una protesta diplomática de Inglaterra, que juzgó que allí se atacaba a su aliado Japón.
Thomas Harper Ince:
Across the Plains (1911)
The Coward (1916)
El huracán (1914)
La cólera de los dioses (1914)
La cruz de la humanidad (1915).
George Fitzmaurice:
Patria (1916)