FRANCIA A COMIENZOS DE LA EDAD MODERNA.
14.1. LA CONSOLIDACION DEL PODER REAL.
A finales del siglo XV el territorio de Francia era menos extenso que el actual y se dividía en dominio real y feudos.
Dentro de los feudos existían los apanages, otros que no eran apanages, y otros pertenecientes a príncipes extranjeros.
En el ámbito fiscal se distinguían los “pays d’élections”, más sometidos al poder real, y los “pays d’états”, más autónomos, (entre ellos, Normandía, Bretaña o Borgoña) que contaban con estados provinciales, una corte de justicia y otras instituciones propias.
Pese a la complejidad de la estructura territorial el país evolucionaba hacia el absolutismo.
El fortalecimiento del poder real, iniciado a mediados del siglo XV, se basa en hechos como la incorporación de territorios y la reorganización de los organismos de gobiernos en la corte.
Desde Luis XI (1461-1483) y a través de la conquista y la política matrimonial la monarquía extendió su dominio sobre antiguos territorios feudales (Borgoña, Anjou, Provenza).
Con Francisco I (1515-1547) comenzó a utilizarse el tratamiento de majestad, reservado hasta entonces para el emperador y en 1532 quedó incorporado el ducado de Bretaña.
En cuanto a las instituciones el Consejo del Rey asumía las múltiples funciones políticas y gubernativas en una época que no conocía aun la división de poderes.
La reducción de su operatividad llevó a la creación de dos secciones de especial importancia a finales del siglo XV.
Por una parte, el Grand Conseil, instituido por Luis XII (1498-1515), que ejercía la justicia al más alto nivel.
Por otro lado, un grupo reducido de cinco o seis consejeros de confianza, que sería el Conseil Secret o con Francisco I (1515-1547) Conseil Affaires que se convirtió en el centro principal del gobierno.
En el siglo XVI una sección especializada, el Conseil des Parties (o Privado) pasó a ser el órgano supremo por encima de las cortes judiciales soberanas, incluido el Grand Conseil.
Una peculiaridad del sistema político francés es la escasa significación de la asamblea estamental del reino, los Estados Generales, que no se reunieron entre 1484 y 1560.
En su lugar se reunieron varias asambleas de notables elegidas por el rey, aunque tampoco fueron frecuentes.
Los estados provinciales también vieron reducido su poder.
Durante los reinados de Francisco I (1515-1547) y Enrique II (1547-1559) se desarrollaron las competencias e importancia de los secretarios del rey que se repartían territorialmente la administración del reino y las relaciones exteriores.
Otra actividad importante fue la tarea de unificación y ordenación legislativa, que dio lugar a diversas ordenanzas.
Una de ellas, la de Villlers-Cotterets (1539), fijó numerosos aspectos de la administración de justicia y delimitó las jurisdicciones civil y eclesiástica.
El concordato de 1516 incrementó los poderes del rey sobre la Iglesia adjudicando al monarca la presentación de candidatos a los principales beneficios del reino (unos 120 obispados, más de 600 abadías y numerosos prioratos).
El rey sustrajo al Parlamento las competencias eclesiásticas, pasándolas al Grand Conseil.
En 1500 existían doce provincias a cuyo frente se situaban, en calidad de gobernadores, miembros de las principales familias de la nobleza, siendo sus poderes eran muy grandes.
En los años 40 Francisco I (1515-1547) redujo sus atribuciones y limitó dicho cargo a los territorios fronterizos.
La cúspide judicial estaba ocupada por los parlamentos encargados de la jurisdicción ordinaria.
Enrique II (1547-1559) creó los “presidiaux”, tribunales intermedios entre las bailías y los parlamentos.
Los edictos reales habían de ser registrados en los Parlamentos, lo que les confería una fuerza singular, pues podían formular objeciones.
El Parlamento de París, el más antiguo e importante, pretendía desempeñar una función política decisiva.
Francisco I (1515-1547) prohibió por ello entrometerse en los principales asuntos políticos.
La administración de finanzas estaba inicialmente dividida entre las finanzas ordinarias y las extraordinarias que se ocupaban de la mayoría de los impuestos.
Francisco I (1515-1547) creó el Trésor de l’Epargne, dividió las generalidades en 16 al frente de las cuales estaba un bureau de finances, lo que mejoró ingresos y gastos.
La financiación extraordinaria fue creciendo en importancia.
Lo principal de la recaudación procedía de diversos impuestos como la taille, el más importante, que pagaban especialmente los campesinos.
Los principales impuestos sobre el consumo y la circulación de diversos productos eran: las “aides” (ayudas), las “traites” (derechos aduaneros) y las “gabelles” (tasas sobre la sal)
En los “pays d’elections” un funcionario llamado “elu” recaudaba la “taille” y las “aides”, los “pays d’états” eran más autónomos, pero su número se fue reduciendo con el tiempo.
La extensión de la autoridad real por el territorio del reino dependía de un amplio cuerpo de oficiales que eran propietarios de sus cargos.
Existían también los comisarios, encargados de una misión o comisión específica y por tanto temporal.
Muchos de ellos pertenecían al selecto grupo de magistrados de la Casa del rey conocidos como “maîtres de requêtes” y realizaban una importante labor al servicio del Consejo del Rey.
14.2. EL AVANCE DEL PROTESTANTISMO. CAUSAS Y CARACTERÍSTICAS DE LAS GUERRAS DE RELIGIÓN.
La temprana difusión del protestantismo en Francia conectaba con el fuerte matiz evangélico del Humanismo francés, uno de cuyos principales representantes, Jacques Lefèbre d’Etaples, cuya actitud religiosa era parecida a la de Erasmo, participó en los primeros años veinte en la reforma de la Iglesia promovida en Francia por el obispo Guillaume Briçonnet en su diócesis de Meaux, que fue acusada de luteranismo y dispersada finalmente por la persecución de la Sorbona o el Parlamento de París, a pesar de la protección de la hermana del rey, Margarita de Navarra.
Las obras de Lutero, impresas en Alemania y Suiza, circularon ampliamente y provocaron numerosas conversiones, que no pudieron evitar ni la condena de la Sorbona (1521), ni las leyes de los parlamentos contra la herejía (con numerosas condenas a muerte) ni tampoco la decidida política antiluterana de los reyes.
Francisco I tuvo una fase inicial de cierta tolerancia, influido por sus tendencias humanistas y la actitud de su hermana.
A partir de 1536, sin embargo, persiguió activamente a los reformados en contraste con el apoyo que prestaba a los reformados alemanes frente a Carlos V.
Su hijo Enrique II continuaría dicha política creando incluso un tribunal específico, la Cámara Ardiente, que mandó a la hoguera a un buen número de víctimas.
Frente al carácter clandestino de los primeros reformados, a partir de 1540 la difusión de las doctrinas de Calvino (francés, igual que su heredero en Ginebra, Teodoro de Beza) aportó a sus seguidores una organización eclesial que aumentó las adhesiones, con una notable capacidad de desafío como prueban la propagación de sus creencias o la realización de acciones iconoclastas.
A finales de los años 50 había en Francia un número importante de calvinistas (tal vez un millón) pertenecientes a grupos sociales muy variados, sobre todo en París y en regiones periféricas del oeste y el sur: Normandía, Guyena, Languedoc, Provenza, Delfinado o Béarn.
En 1559, las Iglesias locales se reunieron en una asamblea nacional y adoptaron la Confesión de la Fe de La Rochelle y una Disciplina Eclesiástica que regulaba el funcionamiento del calvinismo francés, con iglesias locales autónomas, sínodos provinciales anuales y un sínodo nacional cada dos años.
Para defenderse se organizaron políticamente y pronto recibieron el nombre de hugonotes, deformación de “eidgenossen” (juramentados), término con el que se había conocido en Ginebra, cuna del calvinismo, a la agrupación de quienes defendían la independencia frente a Saboya.
A la crisis religiosa se unía la crisis financiera de finales del reinado de Enrique II que, al igual que ocurriera en España, había abocado en 1558 a una bancarrota como consecuencia de los grandes gastos bélicos de los años anteriores.
A su muerte, mientras los ingresos eran de 15 millones de libras, la deuda alcanzaba los 35 o 40 millones.
Las guerras de religión sumirían a Francia en una gran crisis.
Entre 1562 y 1598 hubo 8 guerras sucesivas, en general enormemente violentas, con represión por ambas partes, saqueos de iglesias y furia iconoclasta del lado de los hugonotes.
La inestabilidad del poder real, con el acceso sucesivo al trono de los hijos de Enrique II y Catalina de Medici, los dos primeros en edad temprana,contribuyó a agravar la situación, a lo que contribuiría la inexistencia de una línea clara de actuación por parte de la Corona, a pesar de la buena educación recibida por Carlos IX o de la talla humanista y el valor militar de Enrique III, quien realizó además una considerable tarea legislativa.
El enfrentamiento esencial se produjo entre católicos que deseaban mantener la unidad de la fe y hugonotes.
Pero la religión no lo explica todo, pues el conflicto escondía también la resistencia de numerosos nobles al crecimiento del poder real, luchas entre linajes y clanes, ambiciones sobre los bienes de la Iglesia u otras motivaciones.
Por otra parte, las diversas posturas existentes en el seno de ambos bandos, junto con la política no siempre clara y cambiante de la Corona, contribuyeron a la complejidad y la prolongación del conflicto.
En líneas generales, podrían distinguirse dos grandes periodos, separados por la desaparición del ultimo heredero al trono perteneciente a la Casa de Valois y la situación creada por la previsible llegada al trono de un protestante que dará paso a la intervención abierta de otros países.
14.3. LAS GUERRAS DURANTE LOS REINADOS DE LOS ÚLTIMOS VALOIS (1562 – 1580)
La muerte inesperada de Enrique II (1559), dejó el trono en manos de su hijo Francisco II (1559-1560) en cuyo reinado se continuó la política de represión de la herejía.
A su muerte y en nombre del nuevo monarca Carlos IX (1560-1574), ejercería la regencia su madre, Catalina de Medici, cuyo principal objetivo fue defender la autoridad real.
Se iniciaba así un periodo de reconciliación.
Catalina de Medici concedió a los protestantes la libertad de culto público en el exterior de las ciudades amuralladas, así como la celebración de reuniones privadas dentro de los muros.
Tal disposición, que iniciaba la historia de la tolerancia en Francia, agradó a los hugonotes y fue admitida por los católicos moderados, aunque no por los más radicales.
En 1562 se inicia la primera de las Guerras en la que los protestantes se apoderaron de una serie de ciudades, ayudados por la alianza de Isabel de Inglaterra.
La reina madre quiso pacificar el país por medio del edicto de Amboise (1563), este permitió unos años de paz solo relativa pues continuaron la intolerancia y las violencias, pero consolidó la monarquía.
El desencadenante de la segunda guerra en 1567 fue el intento del príncipe de Condé de poner bajo su control a la familia real lo que provocó la reacción de los católicos.
Catalina de Medici se enemistó con los hugonotes.
Comenzaron a formarse las primeras ligas o agrupaciones de católicos intransigentes.
La paz de Longjumeau (marzo 1568) confirmó el edicto de Amboise.
La tercera guerra se inició en septiembre de aquel año (1568).
Pese a que los hugonotes fueron derrotados en diversas batallas, los católicos no lograron imponerse.
La reina madre inició las negociaciones que llevaron a la Paz de Saint-Germain (1570), bastante favorable a los hugonotes, a quienes se concedieron además cuatro plazas de seguridad, entre ellas La Rochelle que se había convertido durante la guerra en su principal plaza fuerte.
Carlos IX (1560-1574) se acercó a los hugonotes, pero la reina madre y los líderes católicos no solo lo impidieron, sino que organizaron un atentado para eliminar a Luis de Nassau en el que resultó herido.
Los dirigentes hugonotes pidieron justicia.
Dos días después, la noche de San Bartolomé (24/8/1572), se produjo una gran matanza.
La reina decidió eliminar a los principales jefes de los hugonotes, Carlos IX (1560-1574), asustado por las noticias de un complot anticatólico, ordenó el asesinato de destacados hugonotes.
En total murieron unos dos mil y las matanzas se repitieron en algunas otras ciudades, en cumplimiento de las ordenes que se les enviaron desde la corte.
La matanza de San Bartolomé constituyó un momento de inflexión con numerosas consecuencias, entre ellas, los avances de la organización política de los territorios dominados por los protestantes.
Crean consejos, administran los impuestos y asumen otras funciones de gobierno.
Celebrada por los católicos y alabada por Felipe II y el papa, la matanza sirvió también para reafirmar la resistencia calvinista.
Otra consecuencia fue la organización del grupo conocido desde entonces como los “políticos”, integrado mayoritariamente por católicos moderados, deseosos de llegar a un acuerdo con los hugonotes que pacificase el país.
Pronto se desencadenó la cuarta guerra, cuyo principal episodio fue el sitio de La Rochelle.
Cuando el duque de Anjou, que mandaba las tropas del rey, estaba a punto de rendir la ciudad, decidió negociar tras recibir la noticia de que había sido elegido rey de Polonia.
En virtud del edicto de Boulogne (1573) concedió a los hugonotes la libertad de culto en algunas villas además de la libertad de conciencia.
Surgió el partido de “los descontentos”, una tercera vía similar a la de los políticos, aunque más vinculado a los protestantes.
En 1574 muere Carlos IX (1560-1574), lo que elevó al trono a Enrique III (1574-1589), quien regresó precipitadamente de Polonia.
Su política inicial fue contraria a hacer concesiones a los protestantes, lo que provocó la quinta guerra.
Enrique III (1574-1589) hubo de avenirse a la llamada Paz de Monsieur.
El edicto de Beaulieu (1576) supuso el momento de mayor triunfo de los hugonotes pues el rey reconocía el culto protestante en todo el reino salvo en la región de París y les concedía 8 plazas de seguridad y la mitad de los escaños de todos los parlamentos.
El malestar que todo ello provocó entre los católicos daría lugar a “la Liga”.
Entre finales de 1576 y noviembre de 1580 hubo otras dos guerras, al final de las cuales se recortaron considerablemente las concesiones obtenidas por los protestantes.
El edicto de Poitiers (1577) únicamente autorizaba el culto en una aldea por bailía y suprimía las plazas que se les habían concedido en los parlamentos.
En 1580, con la paz de Fleix, su situación mejoró algo pues se les dejaron durante seis años sus plazas de seguridad.
RESUMEN.
Primera de las Guerras en 1562. Edicto de Amboise (1563)
Segunda guerra en 1567. Paz de Longjumeau (marzo 1568) confirmó el edicto de Amboise.
Tercera guerra se inició en 1568. Noche de San Bartolomé (24/8/1572)
Cuarta guerra: Edicto de Boulogne (1573)
Quinta guerra: Edicto de Beaulieu (1576)
Entre finales de 1576 y noviembre de 1580 hubo otras dos guerras:
Edicto de Poitiers (1577).
1580, paz de Fleix.
14.4. LA CRISIS SUCESORIA Y LA ÚLTIMA GUERRA. EL EDICTO DE NANTES (1598)
A finales de 1580, tras la paz de Fleix, comenzó un periodo de varios años relativamente tranquilo, aunque a costa de una crisis profunda en el seno del reino, que parecía avanzar hacia la división entre zonas católicas y zonas dominadas por lo hugonotes.
En 1584 se plantea el problema sucesorio dado que el heredero del trono pasaba a ser el protestante Enrique de Navarra.
La posibilidad de que un protestante ocupara el trono tenía repercusiones tanto en Francia como fuera de ella.
Los Guisa firmaron con Felipe II el tratado de Joinville que además de sostener como sucesor al cardenal de Borbón, comprometía al rey de España a una ayuda financiera para el bando católico.
El mayor apoyo de los Guisa estaba en el pueblo de París, ciudad católica en la que se reorganizó “la liga”.
En julio de 1585 anuló todos los anteriores decretos pacificadores.
El papa Sixto V declaró que los dos Borbón, Enrique de Navarra y el príncipe de Condé habían perdido sus derechos al trono por herejes.
La reacción católica llevó a los protestantes a la octava y última guerra que se conoce como la guerra de los 3 Enriques.
En 1587, Enrique de Navarra aplastó al ejército real en Aquitania, aunque Enrique de Guisa hizo algo similar con las tropas suizas y alemanas que ayudaban a los hugonotes.
El rey intentó negociar, lo que aumentó su impopularidad, abriendo un frente entre él y la Liga que llevó a la “jornada de Barricadas” en que las tropas del rey fueron bloqueadas en el centro de la ciudad y hubo de intervenir el duque de Guisa para liberarlas.
Los “ligeurs” destituyen al gobierno municipal y nombran uno nuevo.
Un par de meses después el rey cedió, perdonó a los autores de los sucesos, ratificó el nuevo gobierno municipal y nombró a Guisa lugarteniente general del reino.
El fracaso de la Gran Armada de Felipe II contra Inglaterra hizo que el rey mandara asesinar al duque de Guisa y a su hermano Luis, el cardenal, además muchos de los jefes de la Liga fueron apresados.
Se produjo entonces un gran levantamiento católico contra el rey, tanto en París como en otras grandes ciudades.
Enrique III (1574-1589) se dirigió entonces a los protestantes con cuyo apoyo y ejercito inició el asalto de París, pero muere asesinado por el dominico Jacques Clément (1589).
El nuevo rey Enrique IV se acercó a los católicos lo que le supuso el apoyo del grupo conocido como los “católicos realistas”.
Sin embargo, la Liga proclamó rey al cardenal del Borbón, Carlos X, pero como estaba preso en manos de Enrique IV, el poder pasó al duque de Mayenne.
La guerra prosiguió en los años siguientes.
Tras vencer a Mayenne, Enrique IV puso cerco a París que resistió hasta que fue liberada por el ejército español llegado desde Flandes en 1590.
El nuevo papa, Gregorio XIV, apoyó a la Liga, declaró a Enrique IV despojado de sus derechos y excomulgó a sus partidarios.
La muerte del cardenal de Borbón en 1590 abría perspectivas y ambiciones, entre otros a Felipe II.
Una guarnición española se instaló en París para respaldar a la Liga.
Enrique IV logró articular una alianza (el bloque atlántico) que unía a Francia, Inglaterra y los Países Bajos a la que se sumaron algunos príncipes alemanes.
En París la Liga había comenzado a dividirse.
Los “Dieciséis”, extremistas y populares, eran contrarios a cualquier acuerdo con Enrique IV.
En 1591 los Dieciséis ejecutan a algunos moderados.
El duque de Mayenne se sitúa entonces con los moderados y ejecuta a algunos líderes extremistas.
En 1593 la Liga y los “católicos realistas” se reúnen y allí se anuncia la decisión de Enrique IV de convertirse al catolicismo.
Los Estados Generales se reúnen para elegir sucesor, los “políticos” apelan a la unidad de la nación y a la necesidad de superar las divisiones.
El Parlamento de París se opone a cualquier candidatura extranjera.
Los Estado generales dejan en suspenso la elección.
En julio de 1593, Enrique IV abjuró solemnemente en la basílica de Saint-Denis.
En febrero de 1594 fue consagrado en la catedral de Chartres.
Posteriormente entró en Paris siendo aclamado por la gente.
En marzo asistió a la salida de la guarnición española.
Numerosas ciudades de Francia se declararon a su favor.
A comienzos de 1595 declaró la guerra a Felipe II, librada durante los tres años siguientes en territorio francés.
Los triunfos y fracasos se alternaron en ambos bandos mientras Enrique IV consolidaba su poder en Francia.
El cansancio de ambos contendientes llevó a la Paz de Vervins, antes de la cual Enrique IV dictó el edicto de Nantes (1598) que establecía los derechos de los protestantes.
A todos se les reconocía la libertad de conciencia, aunque la de culto quedaba restringida y se prohibía en París.
La religión no debería ser obstáculo para el acceso a los empleos públicos y se concedía a los protestantes la mitad de los escaños en cuatro parlamentos, así como un centenar de plazas de seguridad durante 8 años.
Pese a todas las dificultades, la paz alcanzada que reposaba sobre la posibilidad de que diferentes Iglesias convivieran dentro de un mismo orden político, habría de revelarse ya en el reinado de Enrique IV como una base sólida para el fortalecimiento de la Monarquía y su protagonismo internacional.
25.1. LA POLÍTICA AGRESIVA DEL REY SOL
Aunque ya era rey, en 1661, a raíz de la muerte del cardenal Mazarino, Luis XIV, con 23 años, inició su largo reinado (1643-1715) que habría de convertirle en la personificación del absolutismo monárquico.
En el ámbito internacional, sus ambiciones le llevaron a un expansionismo agresivo, que acabaría con la mayoría de los soberanos europeos en su contra.
Disponía del más rico y poblado reino de Europa, pero la capacidad para movilizar sus recursos se debió a la política absolutista y centralizadora.
La hegemonía de Francia tuvo como contrapartida, sobre todo en las últimas décadas, el empobrecimiento de muchos sectores sociales y zonas geográficas del país.
Las razones de esta política exterior podían ser de tipo defensivo por medio de la consecución de sus fronteras naturales en el este (en 1662 compró Dunkerque a los ingleses y negoció la sucesión de Lorena) o a las aspiraciones del rey sobre los territorios de la Monarquía de España.
Sin embargo, parece más sólido pensar en el ansia de gloria del rey coherente con la mentalidad absolutista del rey y el ideal clásico que domina la cultura francesa de aquellos años.
Convencido de la preminencia de la corona de Francia, miembro de una familia de reciente acceso al trono y obsesionado con el recuerdo de la precariedad del poder real en sus años jóvenes, durante la Fronda, Luis XIV defendió el origen divino de su poder absoluto y desarrolló todo un programa de autoglorificación.
La corte, el ritual y las ceremonias, las edificaciones, la escultura y la pintura, la propaganda, todo contribuiría a su exaltación, lo mismo que el éxito de un aparato de poder centralizado y eficaz, y el designio de elevar a Francia al primer lugar en el concierto de las naciones y convertirse en el dominador de Europa.
Los triunfos bélicos eran esenciales, por lo que no es extraño verle entrar en las ciudades conquistadas a la cabeza de sus ejércitos.
Su divisa, “Nec pluribus impar”, manifestaba su disposición a no reconocer como igual a ningún otro soberano.
Cualquier incidente diplomático le sirvió de excusa para poner de manifiesto esta divisa.
Como por ejemplo en 1662, cuando un incidente entre miembros de la guardia papal y pajes de la embajada francesa, le llevó a ocupar Avignon y el condado de Venaissin, territorios pontificios enclavados en Francia, hasta que Alejandro VII le pidió disculpas.
El poderío internacional de Francia se asienta sobre la política de reforzamiento del poder real emprendida por Enrique IV y proseguida por los cardenales Richelieu y Mazarino, y cuenta con toda una serie de eficaces colaboradores del rey, tanto en el ejército como en las finanzas.
La acción internacional de Luis XIV fue un resultado de la buena organización burocrática y la eficacia administrativa del aparato estatal.
El ejército fue su efecto más llamativo, pues el predominio militar francés no se basó apenas en innovaciones tácticas o armamentísticas.
Francia elevó el número de hombres bajo sus armas a cifras nunca conocidas perfeccionando de forma considerable la organización militar, el reclutamiento, la estructuración de los mandos y las diversas unidades, la disciplina o la atención a los soldados.
El ejército de Luis XIV se constituyó en un modelo a imitar.
También jugaron un papel importante los diplomáticos y la red de informadores y espías distribuida por las cortes europeas.
La política exterior francesa tuvo éxitos, pero también fracasos.
La hegemonía internacional de Francia resultó efímera pues no sobrevivió a Luis XIV.
El éxito en la contención de su política expansiva se debió a la creación de coaliciones internacionales en su contra, tarea en la que la diplomacia española desempeño un importante papel.
El hecho de que en ellas figurasen enemigos tradicionales (España, Provincias Unidas, Inglaterra o el Imperio) y se juntaran soberanos católicos con protestantes es un índice de la secularización y los principios estatalistas que comenzaban a dominar la escena internacional.
También tuvo como enemigos a políticos destacados como el estatúder de Holanda y desde 1668, rey de Inglaterra, Guillermo III de Orange.
No faltaron tampoco generales prestigiosos como el duque de Marlborough.